Autor: Mario Ruiz

Hace mucho tiempo el mundo era nuevo y brillante y Dorothy Parker fue una de las personas más nuevas y brillantes que lo habitaron.

Sus días sobre la Tierra fueron convulsos y excéntricos. Su casa era una habitación de hotel y en ella escribía artículos mordaces.


Los poemas y  cuentos que, con comercial generosidad, pagaban por anticipado sus editores, eran grandes éxitos de ventas.


Ella fue el espíritu resacoso del whisky y del cigarrillo, pero también el de la perpetua derrota de estar viva.


Frívola y alegre vivió al borde del precipicio, siempre amagando con no volver.

En su obra Dorothy Parker  radiografió una sociedad sin rumbo y su infierno personal, la permanente sensación de que estaba en la vida contra su voluntad 

Abrir un libro suyo era entrar en un mundo de bares clandestinos, cócteles,  amores audaces y chicas atrevidas que sabían cuidar de sí mismas.

Dottie, como la llamaban sus amigos, odiaba la rutina doméstica y cuando se decidió a vivir sola compró un bonito apartamento en un edificio de la calle  57 habitado por bohemios como ella. 

Y, a pesar de la aparente felicidad, en aquel piso intentó quitarse la vida por primera vez.  La encontró inconsciente el camarero de un bar cercano que  le subía todo los días el almuerzo a partir de las doce,  su primera comida. Ella dejaba la puerta entreabierta y él depositaba la bandeja sobre la mesa del salón y la despertaba. Aquella mañana no contestó a su saludo y se precipitaron los acontecimientos. 

De aquella época, alrededor de 1926, es uno de sus libros de poemas más conocidos, Suficiente soga.

Dottie nació y murió en Manhattan. Hija de padre judío, no recuperó el apellido Rothschild tras su primer  divorcio. El tradicionalismo hebreo nunca le resultó estimulante y decidió conservar el de su ex marido, Parker, con el que se sentía más comoda.

Su vida, y su producción literaria, transcurrieron en una treintena de calles entre el barrio de Midtown y el de Upper West SideLa medina de Nueva York fue su hogar. En aquel conjunto de calles estrechas flanqueadas por imponentes rascacielos se encontraban las redacciones de Vanity FairVogue y The New Yorker, las tres cabeceras para las que trabajó.

Porque Dorothy Parker fue más periodista que escritora. No por falta de creatividad sino de constancia.

El caos cotidiano era incompatible con la perseverancia necesaria para dar a la imprenta textos de gran volumen. Este fue el motivo por el que hizo del relato corto, y la poesía, su especialidad.

En palabras de Elvira Lindo, que le dedicó un sentido homenaje literario en forma de artículo periodístico el año 2016: «La mayoría de sus personajes son heroínas desventuradas. Chicas que esperan la llamada de un hombre que el lector intuye que se la está pegando; chicas que acaban de tener un aborto y están solas y lloran y se saben sometidas a la maledicencia de los amigos; chicas que aparentan y dicen añorar París; chicas que esperan a un marido soldado que vuelve a casa de permiso. La desgracia de cada una de ellas puede ser diferente, pero todas comparten los efectos adversos del amor, el enamoramiento que las entontece y les hace tomar decisiones equivocadas o perjudiciales para ellas mismas».

La amistad con John Dos Passos le resultó providencial.

Él  la ayudó a salir del círculo vicioso en el que se encontraba inmersa. El escritor de origen  portugués tenía una visión del mundo diferente a la suya y Dorothy, que a pesar de su fuerte temperamento se dejaba influir por los hombres que la rodeaban, empezó a participar en actos con marcado acento social.

Dorothy Parker junto a John Dos Passos en una protesta pacifista

La manifestación organizada en Boston por el comité que trataba de salvar de la horca  a Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti fue su bautismo de fuego político.

Desfiló por las calles de la capital de Massachusetts con un elegante traje negro, zapatos del mismo color y, para la ocasión, utilizó su perfume favorito, Gardénia de Chanel. La detuvieron y pasó la noche en el calabozo en compañía de John. No consiguieron su objetivo. Los anarquistas,  acusados con pruebas endebles de un atraco con muertos, fueron ahorcados meses después pero un fotógrafo presente en la concentración de protesta la inmortalizó para la posteridad caminando cerca de Dos Passos con la dignidad de quien está convencido de  tener razón.

Dorothy Parker cruzada de brazos

Acompañando a su inseparable amigo visitó España en 1937.  El escritor buscaba a  Jose Robles, su traductor y colega de universidad. Este colaboraba con el gobierno de la República y desapareció en la ciudad de Valencia. Nunca más se supo de él  aunque la pareja de norteamericanos, que tantas preguntas hicieron durante su estancia,  marcharon del país con el convencimiento de que aquel entregado republicano fue liquidado por los soviéticos.

El viaje supuso para el autor de Manhattan Transfer  una tremenda decepción que lo alejó del socialismo y para Dorothy Parker la apertura de un expediente por parte del FBI que durante años la tuvo en su punto de mira.

Las décadas siguientes no fueron fáciles para Dottie. Sus libros ya no se vendían como antes y junto a su segundo marido tomaron la decisión de seguir los pasos de tantos otros e instalarse en Hollywood. Trabajar para la industria del cine como guionistas era su último recurso si querían continuar viviendo de lo que tecleaban en sus máquinas de escribir.

Volvieron los excesos pero el paso del tiempo los hizo más frágiles. La muerte de su pareja la hizo volver a Nueva York pero en la gran manzana nadie la recordaba. Era una vieja gloria en decadencia con poco dinero y menos amigos.

Vivió hasta su muerte, acaecida en 1967, en un hotel  barato del Upper East Side  acompañada de su mascota.

Fue incinerada y sus cenizas reposan bajo el siguiente epitafio.

«Deja una rosa y sigue tu camino

Ella será feliz

Disculpa por el polv

 


Genio y figura.

Lápida de Dorothy Parker